sábado, julio 30, 2011

EE UU sucumbe a la lucha política


Los intereses políticos inmediatos se imponen aún a los intereses nacionales. Indiferentes al riesgo al que se expone al mundo con la suspensión de pagos de Estados Unidos, los republicanos más radicales continúan bloqueando las negociaciones en el Congreso, donde un puñado de moderados de ambos partidos tratan de sacar adelante un acuerdo que, ya in extremis, evite el desastre. Barack Obama y los líderes parlamentarios consumen en esa labor las horas finales de esta inexplicable crisis.

Casi todos los países han sufrido antes las consecuencias de una crisis provocada por una mala gestión de sus dirigentes, un revés de la fortuna o circunstancias ajenas que se cruzan en el camino de los pueblos. Pero pocas veces antes hemos asistido a una crisis, además en la mayor potencia económica del mundo, causada por el fanatismo de sus políticos y las reglas, un tanto anacrónicas, de su sistema de gobierno.

EE UU no está en crisis económica. Tiene problemas económicos evidentes: alto desempleo, lento crecimiento y déficit elevado. Tampoco tiene un problema acuciante de deuda. Su cifra total es elevada, ciertamente: 14,3 billones de dólares. Pero la mitad de eso es dinero que el Gobierno se debe a sí mismo -al Tesoro y a la Seguridad Social-, y el rendimiento de los bonos del Tesoro, los más seguros del mundo, está al nivel de los de Alemania. No son esas las razones de esta crisis. Las razones son políticas.

EE UU es, probablemente, la democracia más perfecta del mundo, en el sentido de que es la más exigente. La arquitectura creada desde sus comienzos para evitar los abusos por parte de la mayoría y dar voz y poder a las minorías crean un perfecto equilibrio de representatividad. Pero, al mismo tiempo, hace el procedimiento democrático lento, complejo y susceptible al obstruccionismo.

Un ejemplo: actualmente se debate en el Senado la propuesta presentada por el líder demócrata, Harry Reid, para elevar el techo de deuda y evitar la quiebra. Los demócratas tienen 53 escaños, tres más de la mitad. Pero eso no les garantiza la aprobación de la ley porque las reglas del Senado dan derecho a la oposición a impedir la votación mientras ellos quieran seguir debatiendo, lo que puede ser eternamente. Durante buena parte del siglo pasado, un solo senador podía boicotear la votación invocando su derecho al filibusterismo, una tradición del parlamentarismo británico. Pero, a diferencia del Reino Unido, donde basta ahora una mayoría simple para impedir ese método, en EE UU se requieren 60 votos, una cifra a la que muy pocas veces ha llegado un partido a lo largo de la historia.

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