Si algún país se parece al paraíso que describen en los libros de economía y sociología, ese es Noruega. Figura entre los de más altos índices de ingreso, mejores niveles de educación, más intenso uso de tecnologías electrónicas y más bajos índices de criminalidad.
Son cinco millones de habitantes que disfrutan de una sólida seguridad social, una democracia amplia y una geografía variada y hermosa. Hasta en sus paradojas, Noruega resulta beneficiada: allí inventó Alfred Nobel la dinamita, pero su legado promueve el Premio Nobel de la Paz; y, a diferencia de muchos países, su riqueza petrolera ha hecho más equitativa la sociedad.
Un informe de Policía afirmaba hace seis meses que "los extremistas de derecha y de izquierda no constituyen una amenaza seria en el 2011 para la sociedad noruega". Se consideraba imposible que en ese paraíso pudiera ocurrir nada extraordinario. Pero ocurrió, y con características de inimaginable alcance.
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