La muerte del dictador norcoreano Kim Jong-il consigue que, aunque sea por un momento, fijemos nuestra atención en un estado que se encuentra al otro lado del planeta y del que oímos hablar de vez en cuando a propósito de su programa de misiles balísticos y de su capacidad nuclear. Corea del Norte no se encuentra entre las preocupaciones del español de a pie, aunque viene siendo, desde su misma fundación, uno de esos puntos calientes del planeta que pueden estar en el origen de un gran conflicto.
Estado vasallo de China, Corea logró el reconocimiento de su independencia en 1895, para pasar a ser objeto de deseo de rusos y japoneses. Tras la guerra entre ambas potencias la península quedó bajo la influencia del gobierno de Tokio, quien finalmente se anexionó el país en 1910. Tras la Conferencia de Yalta la península de Corea quedó provisionalmente dividida en dos partes siguiendo el paralelo 38, la septentrional bajo control soviético y la meridional norteamericano. Era uno más de los acuerdos entre los aliados para gestionar la postguerra, dando por sentado que el proceso acabaría con el establecimiento de un régimen democrático en un Estado unido. Algo que no llegaría a ocurrir ni en el caso alemán ni en el coreano.
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