La "primavera árabe", a la que ahora algunos llaman "primavera islámica", parece haber sacado de la modorra a la vieja Liga Árabe, comandada por Nabil el-Arabi, un respetado abogado y funcionario egipcio con amplia experiencia internacional. La entidad, que naciera en 1945, agrupa a 22 países árabes y a algunos estados observadores, entre los que están Brasil y Venezuela.
Luego de asumir una primera postura militante en contra de Israel, la Liga comenzó a manifestar, en el 2002, su disposición de acompañar al proceso de paz en Medio Oriente. Hasta ahora, sin embargo, no ha intervenido de manera decisiva.
El año pasado, la acción de la Liga Árabe fue realmente útil en Libia, al apoyar la creación de la zona de exclusión aérea que finalmente permitió a la OTAN cubrir los avances de los insurgentes que terminaron desalojando del poder al autoritario régimen de Khaddafy. Para ello, China y Rusia, recordemos, decidieron abstenerse al tiempo de votar en el Consejo de Seguridad, "dejando hacer" a los demás
Ahora la Liga Árabe está procurando ayudar a resolver la compleja cuestión siria. Para, de ese modo, poder superar la oposición de China y Rusia a que el tema sirio se considere en el Consejo de Seguridad. Para ello el organismo propuso un plan -pergeñado por Arabia Saudita y Qatar- que, luego de algunas demoras, fue aceptado, de mala gana, por el régimen sirio. Se desplegó entonces una misión de observación encargada de verificar el cumplimiento de un plan con el que se intenta poner fin al ciclo de muertes causadas por la durísima represión a las protestas populares por parte de las fuerzas de Bashar al-Assad; lograr el retiro de las fuerzas militares -y sus tanques- del interior de las ciudades sirias rebeldes; liberar los prisioneros políticos; y estructurar un diálogo de paz entre el régimen de los Assad y la oposición, unificada a estos efectos.
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