Es muy significativo que la amenaza del primer “apagón digital” de la historia haya sido suficiente para doblegar al Congreso estadounidense
Durante los últimos meses, y con especial intensidad durante los últimos días, se ha librado a escala planetaria una batalla cuya importancia, según muchos observadores de los vertiginosos tiempos que corren, es aún difícil aquilatar en su justa dimensión.
Hacemos referencia a la batalla que se está desarrollando simultáneamente en las cámaras y los pasillos del Congreso de Estados Unidos y en todos los escenarios del ciberespacio, entre quienes están a favor y quienes se oponen a la aprobación de una ley, la Ley SOPA (Stop Online Piracy Act o Ley de Cese a la Piratería en Línea), cuya votación estaba prevista para el próximo martes 24 de enero.
El propósito de la SOPA, según sus defensores, no sería otro que poner en vigencia en todos los Estados Unidos una serie de medidas para controlar los contenidos digitales a fin de defender los derechos de propiedad de sus creadores.
Quienes se oponen, por su parte, sostienen que ese es sólo un pretexto, pues sospechan que el verdadero propósito sería aplicar procedimientos muy similares a los empleados por los regímenes totalitarios, como China, para vigilar, controlar, censurar y, por consiguiente, castigar a quienes difundan contenidos que desagraden a quienes controlan el poder político y económico.
Para ello, la SOPA obligaría a los intermediarios (buscadores, servidores, proveedores de servicio de correo electrónico, entre muchos otros) a convertirse en agentes vigilantes al servicio del poder establecido.
Como es fácil constatar, son tan abismales las diferencias de interpretación sobre los motivos, alcances, potenciales riesgos y beneficios de la Ley SOPA, que quienes de un modo u otro serían afectados por sus disposiciones, que no son sólo las empresas directamente interesadas sino todos los usuarios de Internet, se han dividido en dos bandos antagónicos sin que se vislumbren puntos de conciliación.
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