No derribó ningún muro. Y, para algunos, cometió un grave error al reunirse durante 30 minutos con Fidel Castro, pero ni uno con el grupo disidente de las Damas de Blanco, que le habían pedido sólo eso: un minuto.
Sin embargo, la visita de Benedicto XVI a Cuba, la segunda de un pontífice en 14 años, opacada también por una oleada de arrestos de opositores, que ayer seguían con sus celulares bloqueados, no puede considerarse un fracaso. Al contrario, para muchos sembró semillas para nuevos avances en Cuba, un país en transición política evidente, que está "actualizando" su sistema socialista, a todas luces desastroso, que si bien formalmente se resiste a hacer cambios políticos -como indicó anteayer un miembro de la cúpula del partido-, lentamente, está cambiando.
Inútil decir que la visita de Benedicto XVI fue totalmente distinta de la que hizo Juan Pablo II, el papa que derrumbo el comunismo, en enero de 1998. Al margen de que son dos personalidades totalmente distintas, como es sabido, se trata de visitas que se inscriben en dos momentos históricos muy diferentes de la isla.
La famosa frase de Juan Pablo II, "que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba", aún no se hizo realidad. Pero desde 1998 cambiaron muchas cosas para la Iglesia Católica cubana. Aunque sigue reclamando poder tener escuelas y más libertad de expresión a través de medios de comunicación libres -radio, canales de TV, diario-, sí ha recuperado algún espacio de poder.
Fiel reflejo de esto, la Iglesia hizo un convenio con la Universidad de La Habana por el cual está dictando en esta capital la primera maestría en administración de empresas en la que participan 44 alumnos, algo impensable hace 14 años. "Esto refleja una situación de esperanza real de apertura", dijo a La Nacion el padre Antonio Alcaraz, vicerrector de la Universidad Católica de San Antonio, de Murcia, que dicta el máster. "Todas las sociedades tienen procesos de cambio", agregó.
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