Romney intentó ganarse la simpatía de sus compatriotas con un relato sobre su vida y su experiencia, tanto religiosa —aunque nunca mencionó la palabra mormón— como profesional. También anticipó una política exterior más enérgica que la del actual presidente. Pero el eje de su intervención fue el de certificar el fracaso de Obama y anunciar una época de mayor prosperidad para todos con una gestión más certera de la situación económica.
“Quiero ser presidente para ayudar a crear un futuro mejor, un futuro en el que todo el que quiera un trabajo, lo encuentre, en el que los mayores no sientan inseguridad ante su jubilación, una América en la que cada padre sepa que sus hijos conseguirán una educación que les abrirá sus horizontes”, dijo Romney.
Prometió hacer lo que Obama no ha hecho y corregir lo que ha hecho mal. “Sé que hace cuatro años”, manifestó, “muchos norteamericanos sintieron una gran emoción por la posibilidad de un nuevo presidente. La esperanza y el cambio son una poderosa llamada. Pero, esta noche, yo les hago una simple pregunta: ¿si estaban emocionados cuando votaron por Obama, no deberían de sentir lo mismo ahora que es presidente? Ustedes saben que algo está mal con lo que ha hecho como presidente cuando los mejores sentimientos hacia él fueron el día que le votaron”.
“Yo hubiera deseado”, añadió, “que el presidente Obama hubiese triunfado porque quiero que EE UU triunfe. Pero su promesa dio paso a la decepción y a la división. Lo tenemos que aceptar. Ahora es el momento en el que podemos hacer algo. Con la ayuda de ustedes lo haremos”.
El candidato republicano trató de reconciliarse con las mujeres, un sector de votantes en el que tiene gran desventaja con Obama, recordando lo importante que las mujeres habían sido, tanto en su trayectoria personal como política. Aludió a las enseñanzas recibidas en su iglesia mormona. Recordó también su trabajo al frente de la compañía Bain Capital, que puso como ejemplo de un negocio de éxito.
Horas antes de ese discurso, que le permitía acceder por primera vez en directo a través de la televisión a millones de votantes que no le han escuchado jamás, el exalcalde de Nueva York y excandidato presidencial, Rudy Giuliani, le sugería que “no trate de ser Ronald Reagan, que sea Mitt Romney”. Un consejo que, ciertamente, coincide con el deseo de otras muchas personas de este país de conocer, por fin, al hombre que de forma tan zigzagueante se ha movido hasta ahora en la política, pero es también un consejo que comporta muchos riesgos.
Desde Reagan hasta aquí, los estadounidenses no han optado nunca por la eficacia de un gestor, sino por la proximidad y simpatía que despertaba la figura que reclamaba su voto. Los mayores activos del propio Reagan eran su naturalidad y su optimismo, quizá su instinto, pero, desde luego, no su formación ni su cerebro. El efecto Reagan dio la victoria a George Bush padre, a quien la herencia le duró un solo mandato porque, pese a su buena gestión, carecía de ese encanto. Tras él, tanto Bill Clinton, el valiente muchacho surgido del lejano Hope, como George W. Bush, el campechano tejano que derrotó a esos dos témpanos de hielo llamados Al Gore y John Kerry, triunfaron por su personalidad, no por sus ideas. Qué decir de Barack Obama, la completa plasmación del sueño americano.
Romney es también de Massachusetts, aunque naciera en Michigan, y, como Kerry, conserva la altivez de su privilegiada cuna, unida a los modales robóticos adquiridos durante su formación dentro de la iglesia mormona. Pero cuenta con la ventaja de su prestigio como buen gestor. Es discutible si su labor al frente de Bain es la de un buen empresario o la de un buitre de las finanzas, pero lo cierto es que esa su gran carta de presentación.
Esa carta puede valer hoy más que en el pasado. No solo porque el pesimismo del país es mayor que en otras épocas, sino porque una buena parte del electorado está saturada y decepcionada de la oratoria y las promesas de Obama, solo parcialmente convertidas en realidad.
Pero, incluso en estas condiciones, la misión de Romney se antoja todavía difícil. Como muestra una reciente encuesta de Gallup, el candidato republicano está muy por detrás de su rival en todos los apartados que tienen que ver con sus cualidades humanas. Obama supera a Romney por 53% a 48% en el conjunto de opiniones a favor o en contra, por 54% a 31% si se pregunta a los electores quién les parece más agradable, por 52% a 36% en cuanto a quién consideran que se preocupa más por los problemas de la gente corriente y por 48% frente a 36% en lo que se refiere a la honestidad y la confianza que ofrecen. Incluso en lo que tiene que ver con la labor de gobernar, el actual presidente vence al republicano en todos los apartados principales —52% contra 43% en política sanitaria y 54% frente a 40% en política exterior—, excepto en dos: reducción del déficit público —39% de Obama frente a 54% de Romney— y manejo de la economía —43% frente a 52%—.
Asumiendo que el problema del déficit moviliza principalmente al electorado muy conservador, es ese 9% de ventaja en la gestión económica —lo que la gente entiende como crear puestos de trabajo y aumentar la riqueza—, lo que puede darle la victoria a Romney el 6 de noviembre.
Para ello necesita, bien que los norteamericanos, acuciados por la necesidad, rompan una larga tradición sobre el modelo de sus líderes o que Romney destape en los días que quedan hasta las elecciones el tarro de las esencias de sus virtudes más íntimas.
Algo se ha conseguido en esta convención en ese sentido. El discurso de su esposa, Ann Romney, sirvió descubrir que existe cierta ternura en ese hombre de tan cuidada cabellera. Las imágenes del candidato comiendo pizza con algunos de sus nietos mientras miraba la televisión son, igualmente, una buena manera de penetrar en el alma de la persona. Por lo general, los norteamericanos no entienden que la conducta política esté completamente al margen de la conducta personal. No creen que alguien pueda ser un buen presidente si es un mal tipo. Obama puede sobrevivir a sus fracasos —su índice de aprobación sigue en torno al 48%— porque pocos dudan de sus buenas intenciones. Romney promete ahora convertir esas intenciones en una realidad, es decir, corregir las cuentas.
Fuente. DIARIO EL PAÍS DE ESPAÑA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario