La tendencia natural es imaginar el genoma como la base de datos de HAL, el robot paranoico de 2001, odisea en el espacio, o incluso como La biblioteca de Babel de Borges, donde todo texto posible acababa por existir en algún anaquel de alguna estancia. Una metáfora más apta sería la Ventura highway
de América, la autopista de Ventura “donde los días son más largos y
las noches más fuertes que el aguardiente casero, según la canción del
mismo nombre. O tal vez otra carretera por el desierto donde los
lagartos vuelen.
La mayor paradoja del genoma humano
es bien conocida: de sus 3.000 millones de letras químicas (los
nucleótidos atccagtag... que están repartidos en 23 cromosomas como los
artículos en los distintos tomos de una enciclopedia), solo el 1,5%
parece ser funcional: lo que solemos llamar genes. El 98,5% restante
sería basura genómica. Es como si en una estantería con 200 libros, solo
tres libros significaran algo. O mejor, como si solo fuera cierto un
versículo de la Biblia por página.
De ahí el proyecto Encode
(acrónimo inglés de Enciclopedia de elementos de ADN) para describir
todas las partes del genoma que tienen alguna función, aunque estén
fuera de los genes convencionales. Es un superconsorcio científico
internacional —solo la lista de los 442 firmantes ocupa una página y
media con letra de prospecto— que presentó ayer sus resultados en seis
artículos en Nature y otros 24 artículos en otras revistas científicas.
“Uno de los descubrimientos más extraordinarios del consorcio”, dice Joseph Ecker, del Instituto Salk de California,
“es que el 80% del genoma contiene elementos asociados a funciones
bioquímicas, lo que liquida la percepción generalizada de que casi todo
el genoma humano consiste en ADN basura”.
La genómica no ha inventado nuevos conceptos. Lo que ha hecho es
permitir el análisis de los viejos conceptos a una escala global, sin
sesgos ni preconcepciones. Sus resultados son los primeros datos duros
de la historia de la biología, un cuerpo de conocimiento que no depende
de lo que el investigador esté buscando, el tipo de recolección de datos
en el que se suele basar la física, la madre de todas las ciencias:
primero se recopila todo lo que se puede, y luego se le busca el
sentido. La investigación biológica ha dado sin duda un salto
cuantitativo en las últimas dos décadas. Que ese salto sea también
cualitativo es más dudoso, como saben muy bien los investigadores del
área.
Y la cuestión tiene un interés incluso filosófico. “Los resultados
nos obligan a repensar la definición de gen y de la unidad mínima de la
herencia”, dice Ecker.
La cuestión puede ser demasiado técnica en un sentido, o demasiado
profunda en otro. Lo que importa, si hemos de fiarnos de la historia, es
si ilumina el camino hacia una realidad oculta hasta ahora, una que
todos teníamos ante las narices sin alcanzar a verla. Y algunos
científicos piensan que así es.
La autopista de Ventura genómica está llena de señales y carteles,
pero solo unos pocos se ven en cada momento. Igual que la que da nombre,
que cruza California, en invierno todos son visibles salvo los que
están cubiertos de hielo en las cotas altas; en verano la vegetación
oculta los letreros más cercanos al valle. Como consecuencia, los
ingresos de cada restaurante muestran una evidente dependencia de la
temperatura. Esta es otra percepción central de la genómica actual: que
todas las células de un cuerpo tendrán los mismos genes, pero que sus
patrones de activación dependen del entorno.
Una de las revelaciones de la nueva tecnología del ADN es que, aunque
la genética es lineal desde que Mendel la formuló en el siglo XIX
gracias a sus juegos con las pieles y los colores de los guisantes, sus
sutilezas —la clase de mecanismos que impulsaron la evolución de la especie humana— no lo son
en absoluto. Los genes, como predijeron Mendel y la genética clásica,
son en efecto tramos de ADN (tccggttaca...) que se disponen uno detrás
de otro en rigurosa fila en el cromosoma, como en la autopista de
Ventura.
Pero las regiones reguladoras de los genes —los tramos de secuencia
de ADN que les dicen a otros tramos de secuencia de ADN dónde y cuándo
tienen que activarse— no siempre son adyacentes a los genes propiamente
dichos, sino que a veces están muy lejos en el cromosoma, y a menudo
están alojados incluso en otro cromosoma distinto.
Algunos científicos creen que esa, precisamente, es la revolución
genética en ciernes: la forma en que esa no linealidad de la regulación
genética está revelando la arquitectura profunda del núcleo de nuestras
células, la pura y simple geometría del genoma.
Si fuera así, no solo importaría lo que una información dice, sino sobre todo dónde lo dice.
Fuente. DIARIO EL PAÍS DE ESPAÑA
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