Participaron en la Tercera Competencia de Vehículos Marinos de Tecnología Avanzada Operados por Control Remoto, realizada en el 2004. Se trata de Lorenzo Santillán (16 años), Cristian Arcega (16), Óscar Vázquez (17) y Luis Aranda (18) –todos traídos a E.U. cuando eran niños por sus familias, algunos de forma ilegal–, estudiantes de una secundaria de Phoenix (Arizona). Ellos decidieron ir a la competencia, algo que ya era visto casi como una locura, pensando que ese ya era su gran logro. La mayoría había entrado al proyecto como una forma de hacer algo en sus ratos libres durante el receso de vacaciones de la escuela pública Carl Hayden.
Ingenio vs. recursos
"Hicimos un robot con tubos de PVC que compramos en Home Depot y los unimos con pegante, por lo que lo bautizamos ‘Stinky’ (apestoso). Le pusimos cuatro cámaras de video y en la parte superior, dentro de una caja de herramientas, pusimos los componentes electrónicos", recuerda Arcega en una conversación con EL TIEMPO, durante la exhibición de su proyecto en la Feria Internacional de Ciencia y Tecnología, que patrocina la firma Intel y que se realizó hace poco en su ciudad.
"Hicimos un robot con tubos de PVC que compramos en Home Depot y los unimos con pegante, por lo que lo bautizamos ‘Stinky’ (apestoso). Le pusimos cuatro cámaras de video y en la parte superior, dentro de una caja de herramientas, pusimos los componentes electrónicos", recuerda Arcega en una conversación con EL TIEMPO, durante la exhibición de su proyecto en la Feria Internacional de Ciencia y Tecnología, que patrocina la firma Intel y que se realizó hace poco en su ciudad.
‘Stinky’, un inmenso robot de 50 kg y pintado poco estéticamente de azul, rojo y amarillo, no se parecía en nada a ese aparato pequeño, elegante y compacto diseñado por 12 ingenieros de una de las mejores universidades de E.U. Y no solo eso. el robot de MIT valía 11.000 dólares, nada comparable con los 800 que había costado fabricar el de los cuatro jóvenes mexicanos. Para empeorar las cosas, el día previo a la competencia descubrieron que la caja de herramientas presentaba un pequeño flujo. Si el agua llegaba a las partes electrónicas, estaban perdidos. Y como no había tiempo para repararlo debidamente, a Lorenzo se le ocurrió una solución tan atrevida e ingeniosa que terminó por seducir a los jurados: colocar un tampón en el interior, que absorbiera el líquido.
El resultado: los premios en Elegancia en Diseño, Reporte Técnico y, contra todos los pronósticos, el Galardón General. Y ellos que solo pensaban que lograrían obtener por su proyecto que sus profesores los invitaran a cenar a Hooters, un popular restaurante donde las meseras lucen sus figuras en insinuantes prendas. Tras su inesperado triunfo, los medios se han fijado en estos jóvenes. Así, por ejemplo, la prestigiosa revista de tecnología Wired publicó el mes pasado la historia, en la que calificó a Arcega como un "genio". Más importante aún, han recibido 60.000 dólares en donaciones hechas por empresas y particulares de Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. El dinero lo pusieron en una cuenta común, que ya está siendo usada por Óscar y Luis, que se graduaron de la secundaria. Arcega, por su parte, aún tiene dos años más para pensar en su futuro. Dice que ya ha recibido ofertas de universidades, que le gustaría ganar becas y poder ir a estudiar ingeniería en MIT.
Algo que podrían no lograr todos, ya que en este país los cerca de 60.000 ilegales que se gradúan al año de las secundarias no pueden postularse a becas o a subsidios gubernamentales. Y alguno de ellos está en esa situación.
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