¿Quién, de no ser por un terrorista o algún avezado experto en seguridad, pudo haber imaginado que a 48 horas de mudarse Gordon Brown a Downing Street 10, el microcentro londinense sería acordonado por la policía?. Eso no fue lo único. Además, todos los teatros fueron clausurados en forma preventiva y el servicio de inteligencia nacional, MI5, declaró al Reino Unido en "estado de alerta severo". Faltan todavía muchas piezas en el rompecabezas de la pesquisa policial como para afirmar que el o los autores de los frustrados atentados en la zona de Haymarket y de Park Lane -así como de las falsas alarmas que le siguieron- quisieron, de esta forma, enviar un mensaje para amedrentar al nuevo primer ministro.
Pero lo que sí está claro es que los sucesos de ayer fueron un verdadero bautismo de fuego, no tanto para Brown -que, como miembro clave del gabinete, asistió a más de una reunión del grupo Cobra, que se convoca en momentos de emergencia- como para su ministra del Interior, Jacqui Smith, la primera mujer que queda a cargo de esta delicada cartera. Smith fue alertada de lo ocurrido a primera hora de la madrugada, y en cuestión de horas tuvo que reportar tanto ante sus colegas como ante el Parlamento y la prensa. La consigna que recibió del primer ministro fue breve y precisa: "La primera obligación de un gobierno es garantizar la seguridad de su gente".
Esta no fue una verdad de Perogrullo, sino la confirmación de que, frente al dilema de tener que elegir entre la extensión del papel del Estado para asegurar la protección de los ciudadanos y la defensa de las libertades individuales, Gordon Brown se inclina por la primera opción. Sobre este punto, el nuevo premier británico siempre coincidió con su predecesor. Situaciones de alta tensión como las de ayer no hacen más que fortalecer su mano ante la reticencia de la oposición y de muchos de sus correligionarios a favorecer medidas tales como la introducción de cédulas de identidad y la extensión hasta 90 días de la suspensión del hábeas corpus para sospechosos de terrorismo.
Un gesto notable en este sentido fue su decisión de nombrar nuevo ministro de Seguridad al jefe de la marina retirado y veterano de las Malvinas, sir Alan West.
Fuente: Diario La Nación de Buenos Aires
Pero lo que sí está claro es que los sucesos de ayer fueron un verdadero bautismo de fuego, no tanto para Brown -que, como miembro clave del gabinete, asistió a más de una reunión del grupo Cobra, que se convoca en momentos de emergencia- como para su ministra del Interior, Jacqui Smith, la primera mujer que queda a cargo de esta delicada cartera. Smith fue alertada de lo ocurrido a primera hora de la madrugada, y en cuestión de horas tuvo que reportar tanto ante sus colegas como ante el Parlamento y la prensa. La consigna que recibió del primer ministro fue breve y precisa: "La primera obligación de un gobierno es garantizar la seguridad de su gente".
Esta no fue una verdad de Perogrullo, sino la confirmación de que, frente al dilema de tener que elegir entre la extensión del papel del Estado para asegurar la protección de los ciudadanos y la defensa de las libertades individuales, Gordon Brown se inclina por la primera opción. Sobre este punto, el nuevo premier británico siempre coincidió con su predecesor. Situaciones de alta tensión como las de ayer no hacen más que fortalecer su mano ante la reticencia de la oposición y de muchos de sus correligionarios a favorecer medidas tales como la introducción de cédulas de identidad y la extensión hasta 90 días de la suspensión del hábeas corpus para sospechosos de terrorismo.
Un gesto notable en este sentido fue su decisión de nombrar nuevo ministro de Seguridad al jefe de la marina retirado y veterano de las Malvinas, sir Alan West.
Fuente: Diario La Nación de Buenos Aires
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