Rememorando un hit del grupo musical Bersuit Vergarabat que ilustra grotescamente nuestra argentinidad, podría hablarse hoy de la kirchneridad al palo, presente en un particular estilo de gestión cuyo eje no es un proyecto de país, sino un proyecto para que el sector gobernante no pierda un centímetro de poder. Claro que el poder obnubila, empacha y puede desencadenar hasta un proceso de autofagocitación.
Cuando una estructura de poder se plantea devorar todo lo que está a su alrededor para sostener el protagonismo de una figura política, tarde o temprano, la continuidad de ese proceso conducirá al aislamiento: esto es, a la nada. El diálogo cede ante el monólogo y el pluralismo sucumbe ante el personalismo.
Néstor Kirchner siempre se ha sentido más cómodo negociando por medio de la presión constante, con la amenaza de asfixiar financieramente al adversario o de mandarle fuerzas de choque, antes que buscando consensos. Casi no cree en el poder de la palabra; sí cree en la palabra del poder.
Ayer dio una nueva muestra de esa concepción cuando convocó a un acto para el martes próximo en la plaza del Congreso, a la misma hora en que la Comisión de Enlace rural realizará su anunciada concentración en la zona del Monumento de los Españoles.
El ex presidente dijo que será "un acto contra nadie", en el que reinará "la paz y el amor". Pero, al mismo tiempo, insistió en que "hay que terminar con la Argentina de los que creen que patoteando pueden conseguir cosas" y pidió que lo ayuden a "frenar este clima desestabilizador". Otra vez, sin nombrarlo, se refirió al sector agropecuario como desestabilizador. La furia K estaba de regreso.
Literalmente, no se equivoca el doctor Kirchner. La imagen del gobierno nacional y la de su esposa, la presidenta de la Nación, se ha desestabilizado. A tal punto que Cristina Kirchner vio caer las opiniones positivas de la opinión pública sobre ella desde más del 50 al 20 por ciento. ¿Quién es responsable de esa caída? ¿El campo, con su natural reacción frente a las desmesuras de la política de retenciones? ¿O el Gobierno, al tenderse su propio laberinto sin salida?
Siga leyendo el artículo de opinión del diario La Nación de Buenos Aires
Cuando una estructura de poder se plantea devorar todo lo que está a su alrededor para sostener el protagonismo de una figura política, tarde o temprano, la continuidad de ese proceso conducirá al aislamiento: esto es, a la nada. El diálogo cede ante el monólogo y el pluralismo sucumbe ante el personalismo.
Néstor Kirchner siempre se ha sentido más cómodo negociando por medio de la presión constante, con la amenaza de asfixiar financieramente al adversario o de mandarle fuerzas de choque, antes que buscando consensos. Casi no cree en el poder de la palabra; sí cree en la palabra del poder.
Ayer dio una nueva muestra de esa concepción cuando convocó a un acto para el martes próximo en la plaza del Congreso, a la misma hora en que la Comisión de Enlace rural realizará su anunciada concentración en la zona del Monumento de los Españoles.
El ex presidente dijo que será "un acto contra nadie", en el que reinará "la paz y el amor". Pero, al mismo tiempo, insistió en que "hay que terminar con la Argentina de los que creen que patoteando pueden conseguir cosas" y pidió que lo ayuden a "frenar este clima desestabilizador". Otra vez, sin nombrarlo, se refirió al sector agropecuario como desestabilizador. La furia K estaba de regreso.
Literalmente, no se equivoca el doctor Kirchner. La imagen del gobierno nacional y la de su esposa, la presidenta de la Nación, se ha desestabilizado. A tal punto que Cristina Kirchner vio caer las opiniones positivas de la opinión pública sobre ella desde más del 50 al 20 por ciento. ¿Quién es responsable de esa caída? ¿El campo, con su natural reacción frente a las desmesuras de la política de retenciones? ¿O el Gobierno, al tenderse su propio laberinto sin salida?
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