miércoles, diciembre 24, 2008

Crisis en la crisis

Ya a nadie le puede extrañar que por muy grave que sea la situación económica mundial, la clase política belga, contumaz en trabajarse su propio descrédito, sea capaz de automutilarse en su Ejecutivo, cuando se supone que más falta le hace alguien al timón del Estado.

El cristiano-demócrata flamenco Yves Leterme, que ganó las elecciones en junio de 2007, en un país cada día más dividido entre francófonos -valones- y neerlandófonos -flamencos-, presentaba el lunes a Alberto II su tercera dimisión en ese tiempo, y el monarca encargaba a otro cristiano-demócrata flamenco, Wilfred Martens, que ya fue jefe de Gobierno nueve veces entre 1979 y 1992, la misión de explorar quién puede coger los puntos de la interminable carrera en la media belga.

Entre los probables sucesores están el cristiano demócrata flamenco Jean-Luc Dehaene, llamado el fontanero por su habilidad en recomponer mayorías ignotas, y el presidente de la Cámara baja, Herman van Rompuy. Martens, que con gran ánimo considera su tarea difícil pero no imposible, pretende que haya jefe de Gobierno para fin de año, con una reedición de la coalición gobernante de cinco partidos.

Incluso para Bélgica, tan hecha a estar desecha, la situación es gravísima, porque Leterme ha caído acusado por el Supremo de presionar a la judicatura para que amparara -algo que no ha encontrado eco- la venta del más importante banco del país, Fortis, en bancarrota, al francés BNP. Y urge tanto el rescate de la entidad como la aprobación del presupuesto de 2009, con un plan de inyección de 2.000 millones de euros a una economía muy próxima a caer en recesión.

Los problemas de fondo son, sin embargo, lo que en España se llamaría de encaje entre ambas comunidades. Leterme, que había prometido ampliar la práctica federalista dando más poderes al 60% de la población flamenca -hay quien dice que la independencia sin salir de Bélgica-, no ha logrado un punto de equilibrio entre francofonía y neerlandofonía, comunidad cuya lengua es la de Holanda. Y aunque es terrible decirlo, hay que reconocer que no hay solución a una disputa que las partes no quieren resolver; y muchos flamencos tampoco, salvo con una independencia también imposible de alcanzar porque la rechazaría la Unión Europea, cuya capital, Bruselas, también es la de Bélgica. Por eso toca conllevarse.

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