Todo fue alegría, celebración y regocijo ayer para Barack Obama, para los millones que lo votaron presidente de Estados Unidos y para los cientos de millones más que respiraron con alivio alrededor del mundo cuando repudió todo lo peor de George W. Bush de estos últimos ocho años. Pero tras los discursos, hoy comenzará a desentrañarse la verdad.
¿Será Obama un líder posracial superador de las divisiones que un siglo y medio atrás causaron una guerra civil en este país y que, desde entonces, perduraron con la segregación? Aunque solapada, esa tensión aún es palpable por partida doble. En aquellos que aún actúan y reaccionan según los colores de la piel y en aquellos que se escudan en el racismo que, a veces, no es tal para justificar acciones reprochables y no asumir las riendas de sus vidas.
¿Será Obama un líder que tenderá nuevos puentes con el mundo? Si cumple su promesa, atrás quedarán la doctrina de los "ataques preventivos", su prédica de "con nosotros o contra nosotros", de la "coalición de la voluntad" y tantos otros baluartes del unilateralismo de una potencia que se movió como elefante en un bazar.
Si Obama concreta su convocatoria al diálogo, a las Naciones Unidas (ONU) y otros foros multilaterales, debilitará la retórica de quienes esconden sus errores detrás de supuestas pretensiones imperialistas de la Casa Blanca. Porque no sólo se marchó Bush -en elecciones libres-, sino que ganó un mulato, hijo de un keniata musulmán, que durante su infancia sobrellevó años de estrechez económica y que derrotó al status quo con promesas de cambio y puentes al mundo. Al fin y al cabo, siempre resulta más complicado insultar a quien tiende una mano que a quien anda con un garrote por el barrio.
¿Será Obama un líder con el temple necesario para afrontar una crisis que va más allá de la economía?
Si Bush se destacó por algo, fue por su desinterés por los detalles, por analizar las consecuencias de sus decisiones, por sopesar las opciones y confiar siempre en sus "agallas", como confesó. Ahora es el turno de su sucesor de demostrar que medirá sus pasos, sin caer en el inmovilismo que le costó su reelección a Jimmy Carter.
El desafío para Obama es más complejo que el de Carter, en los 70. Aquella vez, el productor de maní llegado de Georgia para renovar la moral de Washington tras el gobierno de Richard Nixon quedó entrampado entre su inoperancia doméstica y su impericia internacional.
Su prédica en favor de los derechos humanos salvó muchísimas vidas alrededor del mundo, pero los norteamericanos aún recuerdan las filas de automóviles en las estaciones de servicio, los controles de precios y la crisis de los rehenes con Irán. Y fueron ellos los que votaron por Ronald Reagan, en 1980.
Siga leyendo el artículo del diario La Nación de Buenos Aires
¿Será Obama un líder posracial superador de las divisiones que un siglo y medio atrás causaron una guerra civil en este país y que, desde entonces, perduraron con la segregación? Aunque solapada, esa tensión aún es palpable por partida doble. En aquellos que aún actúan y reaccionan según los colores de la piel y en aquellos que se escudan en el racismo que, a veces, no es tal para justificar acciones reprochables y no asumir las riendas de sus vidas.
¿Será Obama un líder que tenderá nuevos puentes con el mundo? Si cumple su promesa, atrás quedarán la doctrina de los "ataques preventivos", su prédica de "con nosotros o contra nosotros", de la "coalición de la voluntad" y tantos otros baluartes del unilateralismo de una potencia que se movió como elefante en un bazar.
Si Obama concreta su convocatoria al diálogo, a las Naciones Unidas (ONU) y otros foros multilaterales, debilitará la retórica de quienes esconden sus errores detrás de supuestas pretensiones imperialistas de la Casa Blanca. Porque no sólo se marchó Bush -en elecciones libres-, sino que ganó un mulato, hijo de un keniata musulmán, que durante su infancia sobrellevó años de estrechez económica y que derrotó al status quo con promesas de cambio y puentes al mundo. Al fin y al cabo, siempre resulta más complicado insultar a quien tiende una mano que a quien anda con un garrote por el barrio.
¿Será Obama un líder con el temple necesario para afrontar una crisis que va más allá de la economía?
Si Bush se destacó por algo, fue por su desinterés por los detalles, por analizar las consecuencias de sus decisiones, por sopesar las opciones y confiar siempre en sus "agallas", como confesó. Ahora es el turno de su sucesor de demostrar que medirá sus pasos, sin caer en el inmovilismo que le costó su reelección a Jimmy Carter.
El desafío para Obama es más complejo que el de Carter, en los 70. Aquella vez, el productor de maní llegado de Georgia para renovar la moral de Washington tras el gobierno de Richard Nixon quedó entrampado entre su inoperancia doméstica y su impericia internacional.
Su prédica en favor de los derechos humanos salvó muchísimas vidas alrededor del mundo, pero los norteamericanos aún recuerdan las filas de automóviles en las estaciones de servicio, los controles de precios y la crisis de los rehenes con Irán. Y fueron ellos los que votaron por Ronald Reagan, en 1980.
Siga leyendo el artículo del diario La Nación de Buenos Aires
No hay comentarios.:
Publicar un comentario