El presidente Barack Obama viajó al extranjero y embistió contra una creencia profundamente arraigada: la de que Estados Unidos no comete errores en las relaciones con sus amigos y sus enemigos. Al destruir ese tabú de la política exterior, Obama corre un enorme riesgo en su país y en el exterior. Y la recompensa puede hacerse esperar mucho tiempo, si es que llega alguna vez. A modo de explicación, el asesor David Axelrod describe la apuesta del presidente de esta manera: "Se planta, se cultiva, se cosecha. Con el tiempo, las semillas que plantamos aquí serán muy, muy valiosas."
Aunque las analogías históricas nunca son exactas, el descarnado esfuerzo de Obama por cambiar la imagen de Estados Unidos en el mundo tiene reminiscencias del asombroso realineamiento que buscaba Mikhail Gorbachov, cuando dirigió la Unión Soviética.
Durante su corto paso por el poder, Gorbachov hizo hasta lo imposible para deshacerse de las ataduras ideológicas que estaban llevando a la ruina al imperio comunista.
Pero Obama está superando incluso a Gorbachov. En tan sólo tres meses, el mandatario norteamericano ha hecho, entre otras cosas, lo siguiente:
Ha admitido ante los europeos que Estados Unidos es, por lo menos, en parte culpable de la crisis financiera global, por no haber controlado a los insaciables especuladores de Wall Street.
Dijo a Rusia que quiere recomponer las relaciones, que durante el mandato de su predecesor, George W. Bush, volvieron a los niveles de la Guerra Fría.
Pidió a la OTAN más ayuda para la guerra en Afganistán y, al no obtenerla, no fustigó a los países miembros de ese organismo.
Levantó algunas restricciones a los viajes de cubanoestadounidenses a su patria y flexibilizó las remesas de dinero a sus familiares en la isla.
Se dio la mano, y más de una vez, con el furibundo líder antinorteamericano Hugo Chávez, presidente de Venezuela, de quien también aceptó un libro de regalo.
Siga leyendo el artículo del diario La Nación de Buenos Aires
Aunque las analogías históricas nunca son exactas, el descarnado esfuerzo de Obama por cambiar la imagen de Estados Unidos en el mundo tiene reminiscencias del asombroso realineamiento que buscaba Mikhail Gorbachov, cuando dirigió la Unión Soviética.
Durante su corto paso por el poder, Gorbachov hizo hasta lo imposible para deshacerse de las ataduras ideológicas que estaban llevando a la ruina al imperio comunista.
Pero Obama está superando incluso a Gorbachov. En tan sólo tres meses, el mandatario norteamericano ha hecho, entre otras cosas, lo siguiente:
Ha admitido ante los europeos que Estados Unidos es, por lo menos, en parte culpable de la crisis financiera global, por no haber controlado a los insaciables especuladores de Wall Street.
Dijo a Rusia que quiere recomponer las relaciones, que durante el mandato de su predecesor, George W. Bush, volvieron a los niveles de la Guerra Fría.
Pidió a la OTAN más ayuda para la guerra en Afganistán y, al no obtenerla, no fustigó a los países miembros de ese organismo.
Levantó algunas restricciones a los viajes de cubanoestadounidenses a su patria y flexibilizó las remesas de dinero a sus familiares en la isla.
Se dio la mano, y más de una vez, con el furibundo líder antinorteamericano Hugo Chávez, presidente de Venezuela, de quien también aceptó un libro de regalo.
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