El gobierno iraní empezó a matar a su pueblo. Ya no son iniciativas de milicianos Basij, de los que puede desligarse; ahora los asesinatos ocurrieron en el marco de una represión anunciada por la policía y ordenada por el líder supremo, ayatollah Ali Khamenei.
La táctica para justificar estos actos es clara: presentar a las víctimas como terroristas que cometen actos injustificados de vandalismo por órdenes de las potencias extranjeras enemigas de la nación.
Junto con los enfrentamientos callejeros, la pugna en la cúpula revolucionaria prosigue. El llamado de Khamenei a aceptar la "victoria absoluta" del presidente Mahmoud Ahmadinejad y sus coqueteos con el gran ayatollah Ali Akbar Hashemi Rafsanjani ?poderoso aliado del opositor Mir Hossein Moussavi? para hacerlo regresar a su rebaño parecen haber fracasado. Las grietas en el régimen se siguen abriendo y ahora no está únicamente en peligro la posición de Ahmadinejad: al brindarle respaldo total, Khamenei mismo se puso en la línea de fuego. Entre ambos bandos, mientras tanto, surge una figura que podría convertirse en una tercera vía de salida de la crisis: la del líder del Parlamento, Ali Larijani.
Las calles son, mientras tanto, los escenarios donde el miedo y el rumor son protagonistas. Sin declaración oficial de por medio, la policía ha impuesto un estado de sitio aplicado por miles de agentes y milicianos basij apostados en plazas y esquinas. A gritos, bastonazos y patadas, dispersan cualquier grupo de más de tres personas. El domingo es un día laboral y la gente realizó sus actividades cotidianas con miedo, ante la mirada suspicaz de gente sin entrenamiento ni disciplina, pero con poder y ganas de ejercerlo.
Los jóvenes con apariencia estudiantil son quienes la llevaron peor, objetos recurrentes de las atenciones de los vigilantes. Nadie se atrevió a salir con alguna prenda de tonos parecidos al verde ni nada que los identificara con el movimiento opositor. El riesgo era recibir una paliza o ser arrestado, o ambos.
En este ambiente se desarrolla una guerra informativa. El Estado tiene la ventaja porque utiliza su dominio sobre los medios de comunicación para mentir y difamar con descaro. Los opositores tratan de hacer llegar sus versiones al mundo, a veces exageradas, y las agencias de noticias y medios internacionales están impedidos de verificar la información que les llega, pues el gobierno les ha prohibido a sus reporteros salir a la calle.
Siga leyendo el artículo del diario La Nación de Buenos Aires
La táctica para justificar estos actos es clara: presentar a las víctimas como terroristas que cometen actos injustificados de vandalismo por órdenes de las potencias extranjeras enemigas de la nación.
Junto con los enfrentamientos callejeros, la pugna en la cúpula revolucionaria prosigue. El llamado de Khamenei a aceptar la "victoria absoluta" del presidente Mahmoud Ahmadinejad y sus coqueteos con el gran ayatollah Ali Akbar Hashemi Rafsanjani ?poderoso aliado del opositor Mir Hossein Moussavi? para hacerlo regresar a su rebaño parecen haber fracasado. Las grietas en el régimen se siguen abriendo y ahora no está únicamente en peligro la posición de Ahmadinejad: al brindarle respaldo total, Khamenei mismo se puso en la línea de fuego. Entre ambos bandos, mientras tanto, surge una figura que podría convertirse en una tercera vía de salida de la crisis: la del líder del Parlamento, Ali Larijani.
Las calles son, mientras tanto, los escenarios donde el miedo y el rumor son protagonistas. Sin declaración oficial de por medio, la policía ha impuesto un estado de sitio aplicado por miles de agentes y milicianos basij apostados en plazas y esquinas. A gritos, bastonazos y patadas, dispersan cualquier grupo de más de tres personas. El domingo es un día laboral y la gente realizó sus actividades cotidianas con miedo, ante la mirada suspicaz de gente sin entrenamiento ni disciplina, pero con poder y ganas de ejercerlo.
Los jóvenes con apariencia estudiantil son quienes la llevaron peor, objetos recurrentes de las atenciones de los vigilantes. Nadie se atrevió a salir con alguna prenda de tonos parecidos al verde ni nada que los identificara con el movimiento opositor. El riesgo era recibir una paliza o ser arrestado, o ambos.
En este ambiente se desarrolla una guerra informativa. El Estado tiene la ventaja porque utiliza su dominio sobre los medios de comunicación para mentir y difamar con descaro. Los opositores tratan de hacer llegar sus versiones al mundo, a veces exageradas, y las agencias de noticias y medios internacionales están impedidos de verificar la información que les llega, pues el gobierno les ha prohibido a sus reporteros salir a la calle.
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