En su rumbo a ninguna parte, los terroristas han sumado dos nuevas víctimas a su interminable listado de atrocidades. El atentado de Burgos, apenas 24 horas antes del perpetrado a mediodía de ayer en Mallorca que costó la vida a dos guardias civiles, además de un tercero frustrado por los artificieros en el cuartel de Palmanova, desvelaba la principal preocupación de la banda en estos momentos: exhibir su disposición a seguir matando tan sólo para demostrar que existe.
Es probable que, al prever un lapso tan breve entre la colocación de la sucesión de bombas, los terroristas pretendieran crear un clima de miedo capaz de desencadenar la espiral que ansían desde sus más antiguas ensoñaciones: una ciudadanía clamando ante las instituciones para que pongan fin al terror a cualquier precio y unas instituciones que, por su parte, se revelaran incapaces de contrarrestar el desistimiento de la ciudadanía. Hasta que los terroristas se convenzan de que no existe avance posible por ese ignominioso camino no cabe descartar nuevos atentados.
Tampoco en esta ocasión la ensoñación de los terroristas sobre el desistimiento de los ciudadanos se ha convertido en realidad. Entre otras razones, porque el sistema democrático en España logró abrirse paso entre sus crímenes en momentos mucho más difíciles que los actuales, cuando sus acciones estimulaban las pulsiones involucionistas que también buscaban destruir las incipientes instituciones del Estado de derecho. Los ciudadanos han aprendido, porque la sinrazón de los criminales de Burgos y Mallorca se lo ha enseñado, que contra el terrorismo no existen recetas mágicas, ni al margen de la ley ni por la vía de intentar entrar en razones con ellos.
Si el primer camino es imposible por imperativo del Estado de derecho que ellos desprecian y de una conciencia moral que rechaza disponer de la vida de nadie, incluida la de los asesinos, el segundo está definitivamente cerrado porque así lo ha querido la banda y porque el Estado ha tomado buena nota de la experiencia con tres presidentes del Gobierno diferentes. Es absurdo que los terroristas sueñen con volver a una imposible mesa de negociación a través de las bombas cuando fue a través de las bombas como la abandonaron en cada una de las ocasiones que han tenido.
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Es probable que, al prever un lapso tan breve entre la colocación de la sucesión de bombas, los terroristas pretendieran crear un clima de miedo capaz de desencadenar la espiral que ansían desde sus más antiguas ensoñaciones: una ciudadanía clamando ante las instituciones para que pongan fin al terror a cualquier precio y unas instituciones que, por su parte, se revelaran incapaces de contrarrestar el desistimiento de la ciudadanía. Hasta que los terroristas se convenzan de que no existe avance posible por ese ignominioso camino no cabe descartar nuevos atentados.
Tampoco en esta ocasión la ensoñación de los terroristas sobre el desistimiento de los ciudadanos se ha convertido en realidad. Entre otras razones, porque el sistema democrático en España logró abrirse paso entre sus crímenes en momentos mucho más difíciles que los actuales, cuando sus acciones estimulaban las pulsiones involucionistas que también buscaban destruir las incipientes instituciones del Estado de derecho. Los ciudadanos han aprendido, porque la sinrazón de los criminales de Burgos y Mallorca se lo ha enseñado, que contra el terrorismo no existen recetas mágicas, ni al margen de la ley ni por la vía de intentar entrar en razones con ellos.
Si el primer camino es imposible por imperativo del Estado de derecho que ellos desprecian y de una conciencia moral que rechaza disponer de la vida de nadie, incluida la de los asesinos, el segundo está definitivamente cerrado porque así lo ha querido la banda y porque el Estado ha tomado buena nota de la experiencia con tres presidentes del Gobierno diferentes. Es absurdo que los terroristas sueñen con volver a una imposible mesa de negociación a través de las bombas cuando fue a través de las bombas como la abandonaron en cada una de las ocasiones que han tenido.
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