La nueva crisis en las relaciones colombo-venezolanas es realmente preocupante. El presidente Hugo Chávez apareció más vehemente que de costumbre y amenazó con afectar las relaciones económicas, siempre vitales, pero aún más trascendentales en momentos internacionales difíciles. Su coincidencia con otra rabieta de su colega Rafael Correa, de Ecuador, agranda el problema y vuelve a alimentar la imagen de una crisis regional, más que binacional. El retiro del embajador venezolano de Bogotá -que había sido restablecido hace apenas un par de meses- obliga a pensar que el rumbo de las relaciones con Caracas va en la misma dirección que las sostenidas con Quito.
Ojalá no sea así, pero las causas de la tormenta también son muy complicadas. Lo de las armas suecas vendidas a Venezuela y que aparecieron en manos de las Farc pone a Chávez contra la pared, como comentamos en nuestro editorial de ayer. El acuerdo, próximo a firmarse, entre Colombia y Estados Unidos para profundizar la cooperación militar no tiene marcha atrás. El incidente con Ecuador causado por el video del 'mono Jojoy' no se soluciona con la declaración de las Farc, que niegan su veracidad. El ambiente está enrarecido, sin salida previsible ni fácil, y definitivamente se agotó la etapa de buen entendimiento que se venía presentando entre Colombia y Venezuela.
El comunicado del gobierno colombiano expedido en el día de ayer es mesurado y contrasta con la folclórica exaltación con la que Chávez, un día antes, 'congeló' las relaciones. Lo cual es sensato de parte del presidente Álvaro Uribe, porque las respuestas en un tono igual de fogoso al que utiliza Venezuela solo sirven para subir el nivel de la confrontación. De igual manera, la larga historia de roces y reconciliaciones de la última década enseña que esta fórmula no es suficiente para asegurar la normalidad en las relaciones, ni para apaciguar al imprevisible Chávez. Las profundas diferencias que existen entre las visiones políticas de los dos gobernantes y el momento difícil que vive el continente obligan a pensar que no hay opciones muy distintas a la de mantener unas relaciones de agenda limitada y rifirrafes repetidos, con escasos espacios para la cooperación. Y que lo máximo que se puede esperar es controlar el número y la magnitud de los incidentes.
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Ojalá no sea así, pero las causas de la tormenta también son muy complicadas. Lo de las armas suecas vendidas a Venezuela y que aparecieron en manos de las Farc pone a Chávez contra la pared, como comentamos en nuestro editorial de ayer. El acuerdo, próximo a firmarse, entre Colombia y Estados Unidos para profundizar la cooperación militar no tiene marcha atrás. El incidente con Ecuador causado por el video del 'mono Jojoy' no se soluciona con la declaración de las Farc, que niegan su veracidad. El ambiente está enrarecido, sin salida previsible ni fácil, y definitivamente se agotó la etapa de buen entendimiento que se venía presentando entre Colombia y Venezuela.
El comunicado del gobierno colombiano expedido en el día de ayer es mesurado y contrasta con la folclórica exaltación con la que Chávez, un día antes, 'congeló' las relaciones. Lo cual es sensato de parte del presidente Álvaro Uribe, porque las respuestas en un tono igual de fogoso al que utiliza Venezuela solo sirven para subir el nivel de la confrontación. De igual manera, la larga historia de roces y reconciliaciones de la última década enseña que esta fórmula no es suficiente para asegurar la normalidad en las relaciones, ni para apaciguar al imprevisible Chávez. Las profundas diferencias que existen entre las visiones políticas de los dos gobernantes y el momento difícil que vive el continente obligan a pensar que no hay opciones muy distintas a la de mantener unas relaciones de agenda limitada y rifirrafes repetidos, con escasos espacios para la cooperación. Y que lo máximo que se puede esperar es controlar el número y la magnitud de los incidentes.
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