En 1975 ocurrió una de las confrontaciones más delicadas entre Israel y Washington. El entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, exigió al primer ministro israelí, Yitzhak Rabin, que se retirara parcialmente de la península egipcia del Sinaí. Este último se negó, y el presidente estadounidense Gerald Ford anunció una revisión de su política sobre Oriente Medio. Washington congeló los suministros de armas a Tel Aviv durante seis meses y se aproximó a los rivales de su viejo aliado. Dos años después, Jimmy Carter firmaba los acuerdos de Camp David con el presidente egipcio Anwar el-Sadat. Rabin recordaba esa época como "uno de los peores períodos de las relaciones entre nuestros dos países".
Para entender el crítico nivel que hoy vuelven a tener esas relaciones, es preciso rememorar el enfrentamiento de 1975 y subrayar que la situación actual es comparable a la de entonces. Es decir, que se trata de la más grave tensión surgida entre Washington y Tel Aviv en los últimos 35 años.
El detonante del distanciamiento ha sido el insultante recibimiento que dispensaron las autoridades israelíes la semana pasada a Joseph Biden, vicepresidente de Estados Unidos, en su primer viaje oficial a Jerusalén. Biden llegó cantando himnos a la amistad con el pueblo judío y su gobierno: "No es preciso ser judío para ser sionista".
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