Es un juego nuevo. Hasta hace unas horas, ésta era la ciudad de un solo hombre, Barack Obama, y de un solo partido, el Demócrata. Lo que hizo no gustó.
Por lo tanto, por la vía del voto, eso ha cambiado radicalmente: ahora esta ciudad es también la de John Boehner, un republicano desconocido para buena parte de los norteamericanos que, sin embargo, acaba de convertirse en hombre clave para los destinos de la potencia.
La nueva realidad electoral impone que lo que se haga o lo que no se haga en estos próximos dos años tenga que ser negociado con este representante de Ohio que acaricia sus propias ambiciones.
El temor que aquí se advierte es que las pasiones conviertan al Congreso en el campo de batalla para una campaña electoral que, en los hechos, ya ha empezado para las presidenciales de 2012. La coincidencia es que una actitud de ese tipo tendría consecuencias desastrosas para el país, lo que equivale a decir para buena parte de Occidente.
"Lo que se haga tendrá que ser por consenso", dijo Obama. "El mensaje de las urnas es que hay que cambiar la agenda", retrucó Boehner, en su primer desafío. Y no perdió el tiempo en identificar el seguro de salud como la primera víctima de la resurrección republicana. Esas fueron las primeras fintas de dos hombres que, hasta ahora, se han tratado poco y nada.
Lo que despierta esperanza es que ambos se necesitan mutuamente, como socios y como adversarios, mientras promueven sus respectivas agendas y sientan las bases para la batalla de 2012. Se arriesgan por igual al enojo de los votantes en dos años si no logran un mínimo consenso que evite la parálisis tan temida.
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