La reducción del déficit centra un mensaje de la Unión destinado a recuperar votantes. Barack Obama ha pronunciado su tercer discurso sobre el estado de la Unión consciente de que la carrera para obtener un segundo mandato ha entrado en un periodo decisivo. Tras la derrota de los demócratas en las elecciones de noviembre, ningún error le está permitido y ningún flanco político dejará de pasarle factura. Pero tampoco una actitud meramente defensiva sería suficiente para revalidar la mayoría de quien llegó a la Casa Blanca con un discurso reformista cuyo balance, hasta el momento, ha producido decepción en sus filas y la movilización de sus adversarios.
El margen político del que disponía Obama para mantenerse fiel a su programa original e introducir las correcciones necesarias era reducido. En su intervención ha sabido, sin embargo, encontrar una línea argumental para pasar al contraataque. Las reformas, viene a decir el presidente, son la respuesta que Estados Unidos necesita para mantener su posición frente a las potencias emergentes, en particular China. Obama se compromete a mantener la inversión en sectores como la formación, la educación y la sanidad, pero se anticipa a las críticas por la cifra de déficit anunciando recortes en el gasto público, incluido el militar, y congelando hasta cinco años la inversión en programas no prioritarios. Este equilibrio no le evitará el choque con los republicanos, pero puede contribuir a desmentir que el debate se establece entre quienes no se preocupan del déficit y quienes se proponen reducirlo. Obama se ha mostrado decididamente en este último campo, aunque disintiendo de la oposición en los capítulos en los que debería ahorrarse.
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