Formado un Ejecutivo de indudable solvencia, urge traducir esa confianza en sólido programa de Gobierno. Especialmente en el área económica, donde el arbitraje directo de Rajoy constituye la mejor garantía de coherencia.
No cabe imaginar una política económica sin las poderosas herramientas presupuestaria e impositiva, como tampoco una política fiscal que no se imbrique en el tren de las reformas y el impulso a la competitividad indispensables para una pronta reactivación.
La aparente cuadratura del círculo que debe afrontar se resume en la necesidad de administrar una severa austeridad, con su consiguiente efecto contractivo, junto a la exigencia no menos imperiosa de rescatar a la actividad de su letargo. Ambos objetivos parecen difícilmente conciliables. Pero sólo avanzando en los dos frentes al unísono se saldrá de la crisis. La clave reside en el crecimiento, y nada contribuye más a él que un saneamiento a fondo de las finanzas públicas.
Más allá de desatascar los circuitos de financiación, sometidos a la pesada digestión de carteras dudosas, importa ante todo reducir un coste de financiación tensionado por los avatares del riesgo país. Recobrar el crédito perdido mediante un firme y sostenido esfuerzo de consolidación fiscal constituye condición ineludible para la recuperación.
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