A las ocho de la mañana, hora local, han abierto los colegios electorales en Egipto en medio de una tremenda expectación. No solo son las primeras elecciones verdaderamente libres de la historia del país. Son sobre todo la consecuencia de una revuelta popular que hace 15 meses destronó a Hosni Mubarak y que inyectó toneladas de optimismo en el mundo árabe.
"La gente de la calle puede derrotar a los dictadores" fue el mensaje que recibieron los millones de árabes que siguieron por televisión las megamarchas de la plaza Tahrir. Hoy, los egipcios cosechan tal vez el fruto más dulce de aquella revolución. Los ciudadanos (50 millones de electores están convocados) acuden a las urnas para decidir quién quieren que sea su presidente y de alguna manera también qué modelo de Estado quieren. Los que se inclinen por un Egipto en el que rijan las leyes del islam votarán probablemente a los candidatos islamistas.
Los que quieran una mayor separación entre religión y Estado elegirán a alguno de los candidatos más laicistas. Además del papel del islam, la seguridad en las calles y sobre todo la galopante crisis económica han sido los grandes temas de campaña. El poder que ostentará la Junta Militar que hasta ahora gobierna el país ha sido un tema que la mayoría de los candidatos ha pasado de puntillas tal vez por ser el más espinoso. Las funciones del presidente que salga elegido de las urnas las definirá una Constitución aún por escribir. De cómo se solucionen estas dos cuestiones fundamentales dependerá en buena medida el éxito o el fracaso de la transición egipcia.
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