En todo el territorio de Corea del Norte, los soldados se preparan para la batalla y cubren sus jeeps y sus camiones con red de camuflaje. Se ven carteles recientemente pintados que piden "muerte a los imperialistas de Estados Unidos" y exhortan a la gente a pelear "con armas, no con palabras".
Pero aunque el líder norcoreano Kim Jong-un lance gritos de batalla para que sus generales preparen los misiles contra Estados Unidos o entren en "estado de guerra con el Sur", tanto él como su ejército saben bien que un ataque exitoso contra objetivos norteamericanos o surcoreanos sería un suicidio para su régimen.
Pese a que las recientes amenazas parecerían estar llevando a la región a un conflicto armado, el objetivo de Pyongyang es forzar a Washington a sentarse a la mesa de negociaciones, presionar a la nueva presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, a cambiar su política hacia el Norte y consolidar apoyo doméstico al régimen sin desatar una guerra.
Corea del Norte quiere dejar en claro la precariedad del armisticio establecido para mantener la paz en la península coreana, una tregua que Pyongyang anunció recientemente que ya no seguiría cumpliendo.
La Zona Desmilitarizada que se estableció terminada la guerra entre las Coreas se fue convirtiendo en la frontera más fuertemente custodiada del planeta. Nunca fue pensada como algo permanente. Pero seis décadas después, Seúl y Pyongyang siguen divididas, y el Norte se siente abandonado por el Sur en su búsqueda por la reunificación y amenazada por Estados Unidos.