El cinturón es indispensable para que no se caigan los pantalones; pero, terciado en mal sitio y apretado más allá de lo aconsejable, puede ahorcar al usurario. Esta misma reflexión, aunque en lenguaje mucho más técnico, se está abriendo paso en una Europa que parece no avanzar ante las restrictivas medidas económicas que defiende el eje Alemania-Francia. Tras la crisis que estalló hace cuatro años y que llevó al abismo o al borde del abismo a Grecia, Irlanda, Portugal y España, se impuso un régimen de severa austeridad en el gasto.
Pero el cinturón apretado no produce los resultados que se esperaba, las cifras siguen siendo lamentables (el viernes se supo que España tiene ya más de 5,6 millones de desempleados: uno de cada cuatro en edad de trabajar) y el deterioro social es evidente. Lo peor es que la receta de la canciller alemana Ángela Merkel, la persona que más manda en Europa, consiste en dar al enfermo más de lo mismo.
El pacto fiscal europeo -acaba de decir- es "innegociable". Merkel cuenta con el apoyo de varios países que, como España, creen en su teoría, al menos de dientes para afuera. Pero no todos están de acuerdo. Las elecciones francesas permitieron que asomara de manera visible una corriente subterránea que pide que el puño de la Unión Europea apriete pero no ahogue.